El ser humano es una criatura de naturaleza curiosa que siempre ha necesitado explicación para cuanto ocurre a su alrededor. Pero mientras que el ansia de razones es universal no lo es tanto el gusto por el razonamiento. Los principales factores que dificultan enormemente la obtención de respuestas sencillas e inmediatas son:
- La falta de los conocimientos necesarios.
- La pereza intelectual manifestada en forma de "razonamiento de baja intensidad".
Cuando surge alguno de éstos obstáculos acostumbra a aparecer de inmediato otra faceta inseparable de la condición humana que es la búsqueda de atajos intelectuales, en forma de pseudorazonamientos vagos e incompletos que sólo buscan simplicidad en la respuesta. La innata tendencia para la formulación de explicaciones inconsistentes pero fáciles con los que acallar de forma engañosa la curiosidad intelectual es la causa del gusto humano por la superstición, la religiosidad y los fenómenos para-anormales. Éste tipo de pseudorazonamientos producen, muy a menudo, una indescriptible fascinación.
El desconocimiento de las respuestas racionales para ciertas cuestiones (tanto a nivel individual como de especie) no implica que éstas no existan, aunque algunas podrían incluso ser inaccesibles para la inteligencia humana. Aceptar ésto, sin incurrir en la invención de respuestas sin base racional, alguna, es algo que por suerte sólo hacen los más escépticos y ateos.
La verdad revelada debe ser completamente aceptada y la razón debe siempre supeditarse a ella. El avance del conocimiento deberá llegar, en su innecesario trayecto por las interminables vías de la razón, hasta el punto previamente conocido mediante mi revelación. En caso de evidenciarse lo contrario y no poderse desacreditar el proceso de razonamiento seguido ni amedrentar a su autor, bastará con excusarse en una mala interpretación de mis palabras.
Para la aceptación de la verdad revelada es clave recurrir al hecho de que el razonamiento humano es limitado. Se transforma así un punto débil para la fe, por ser una de las causas que origina la aparición de atajos infundados (el mayor de los cuales es mi existencia), en un argumento que esgrimir en su defensa.
La verdad revelada no necesita de pruebas, sino de fe, y en toda su integridad debe siempre estar protegida por el oscurantismo iluminador.