
Los efectos así obtenidos, acostumbran a marcar de forma indeleble el cerebro convenientemente adoctrinado de manera que en la inmensa mayoría de los casos el sujeto sucumbirá su efecto aborregante, formando parte del rebaño hasta el final de sus días sin que ni siquiera llegue a plantearse la causa de su militancia. Es gente que me siente al margen de todo razocinio, porque así fueron enseñados desde que nacieron.
Pese a que ser cierto que hoy en día se está incrementando la cantidad de gente que incurre de forma viciosa en la reflexión y el cuestionamiento de su fe, no es menos cierto que si esa gente no hubiese sido adoctrinada sus razonamientos carecerían de la conveniente subjetividad para tratar el tema. Es por eso que aunque muchas personas critiquen las evidentes contradicciones entre el mensaje y los actos de mi Iglesia, aunque reconozcan infinidad de hechos inmundos y miserables cometidos a lo largo de toda su historia y en la actualidad, nunca llegaran a enjuiciar esos actos con completa objetividad y seguirán mostrándose comprensivos y respetuosos con aquella. Siempre verán a mi institución como algo bueno y respetable, sin plantearse nunca que todo pueda ser una gran farsa, por muchas evidencias con las que se cuente. A lo más que se llega es a cuestionar a aquellos miembros del clero directamente implicados o la línea seguida por su jerarquía. Incluso los más críticos reverencian la autoridad moral de mi institución y la consideran intrínsecamente buena. Es el miedo visceral del cordero criado en cautividad a la verdadera libertad.
De esta forma la iglesia siempre será considerada como buena por mucho mal que haga, el ser creyente será muy respetable, y el término ateo siempre sonará despectivo.
Incluso estos, los minoritarios ateos, conservan muchas veces más restos de impronta de lo que se imaginan.
En tiempos tan difíciles como los actuales, el adoctrinamiento hace que el enjuiciamiento a mi fe nunca llegue a caer en los derroteros de la objetividad que podrían conducir al despreciable laicismo.
Después de todo lo expuesto es lógico que el sacramento del bautismo deba aplicarse con la máxima presteza, para evitar que el sujeto se asilvestre pensando por sí mismo. También resulta completamente comprensible la oposición frontal y furibunda que ejerce mi Iglesia y nuestro séquito de fieles contra amenazas de tal envergadura como la asignatura "educación para la ciudadanía", que pretende privarnos del privilegio del adoctrinamiento en España. ¡Que viene el Estado laico!.