lunes, 27 de abril de 2009

La necesaria justificación divina de la moral.

Es frecuente que cualquier tipo de creyente afirme que es su religión la que le permite tener unos valores morales firmes y absolutos, de los que carece todo aquel que no profese ninguna de las innumerables creencias existentes. ¿Cómo puede establecerse una moralidad sin echar mano de alguna deidad justifique lo que es bueno y lo que es malo?. Un Dios bueno, como Yo, en contraposición de una deidad malvada como el malvado Satanás sirven al ser humano como justificación última e inapelable. Solo con un argumento sólido como éste puede construirse la verdadera moral.
Puede resultar un tanto inconveniente para la defensa de éste enfoque el hecho de que, partiendo de tan ingente cantidad de puntos de partida como número de religiones hay, todos los caminos de la moral religiosa acaban confluyendo prácticamente en los mismos principios. Si cada deidad fuese quien, de forma completamente arbitraria, decidiese lo que es bueno y lo que es malo, sería muy raro tal grado de coincidencia como la existente. Parece que el nexo de unión entre todas las morales humanas es el propio ser humano y no sus deidades. Como si, partiendo de una moral básica preestablecida y de absoluto sentido común para la convivencia en sociedad, se hubiese partido en la búsqueda de una justificación inapelable de origen divino, pero con el adecuado revestimiento de cutrez al gusto del lugar. Porque no conviene olvidar que matar o robar son intrínsecamente malos porque Yo así lo he decidido arbitrariamente y podrían perfectamente ser buenos si Yo así lo quisiese, por muy inviable que fuese entonces la existencia de sociedades humanas. También acostumbra a apelarse como fuente de moralidad a un libro sagrado escrito por los hombres pero de inspiración divina. En el caso de la Biblia es completamente imprescindible aceptar la interpretación oficial y olvidarse de muchos pasajes inconvenientes del Antiguo Testamento.
Otro aspecto inquietante de la moral humana es el ritmo al que avanza. Si se echa la vista atrás para ver la mentalidad de muchos de los pensadores más avanzados de su tiempo, es fácil darse cuenta de que la moralidad no es estática y que avanza de forma silenciosa pero implacable.
Un ejemplo es el caso del Doctor Down, que ha pasado por dar nombre al síndrome también conocido como mongolismo o idiocia mongólica. Éste, en 1866, clasificó las deficiencias mentales asimilándolas a razas humanas. Sus prejuicios le hacían considerar a la raza caucásica como la cúspide de las razas humanas y, dado que el feto humano se desarrolla siguiendo unas etapas muy parecidas a las del desarrollo evolutivo, consideraba a los deficientes mentales caucásicos como sujetos cuyo desarrollo embrionario estaba inacabado y se había detenido en alguna etapa anterior que correspondía con razas humanas inferiores. A aquellos que padecían la común trisomía 21, los denominó como "idiotas mongólicos" porque, según él, se asimilaban a ese grupo étnico. Lo más curioso es que, lo que hoy es visto como un racismo manifiesto, en su época estuvo muy mal visto entre la comunidad científica por su atrevimiento, ya que suponía aceptar a las "razas inferiores" como miembros de la especie humana.
El mismo Abraham Licoln, auténtico paradigma de la lucha contra el racismo por haber abolido la esclavitud en Estados Unidos pronunció en 1858 éstas palabras en un debate con Stephen A. Douglas:

"Diré, entonces, que no estoy y nunca he estado a favor de ninguna forma de igualdad social y política entre razas blancas y negra; que no estoy y nunca he estado a favor de votantes o jueces negros ni de cualificarlos para que ocupen cargos ni para que contraigan matrimonios con personas blancas; y diré, en adición a esto, que hay una diferencia física entre las razas blanca y negra que creo prohibirá para siempre que esas dos razas vivan juntas en términos de igualdad social y política. Y hasta donde no pueden vivir de esa forma, mientras permanezcan juntos, debe existir la posición de superior e inferior, y como cualquier otro hombre estoy a favor de la posición superior asignada a la raza blanca".

Paul Broca, profesor de de la facultad de cirugía de la Facultad de Medicina de París y prestigioso neuroanatomista, era un férreo defensor de la "certidumbre científica de la inferioridad de las mujeres", que justificaba sus prejuicios en base al menor peso del cerebro de las mujeres. En 1879 Gustave Le Bon, jefe de su escuela, publicó en la revista antropológica más prestigiosa de Francia:

"Entre las razas más inteligentes, como entre los parisienses, existe un gran número de mujeres cuyo cerebros son de un tamaño más próximo al de los gorilas que al de los cerebros más desarrollados de los varones. Esta inferioridad es tan obvia que nadie puede discutirla siquiera por un momento. Todos los psicólogos que han estudiado la inteligencia de las mujeres reconocen que ellas representan las formas más inferiores de la evolución humana y que están más próximas a los niños y a los salvajes que al hombre adulto civilizado. Sin duda, existen algunas mujeres distinguidas, muy superiores al hombre medio, pero resultan tan excepcionales como el nacimiento de cualquier monstruosidad, como, por ejemplo, un gorila con dos cabezas; por consiguiente, podemos olvidarlas por completo".

En su no muy lejano día esa era la manera de pensar de las mentes más avanzadas de la época y sólo con el avance de la conciencia colectiva que ha producido hasta hoy en día, pueden ser vistas como manifiestamente racistas o machistas. Por desgracia, hay muchos más ejemplos de cómo va avanzando la moralidad con los tiempos y basta mirar los últimos años para apreciar la creciente aceptación social de la homosexualidad y el gran avance experimentado en temas como la protección a la infancia y en los derechos de los animales. El progreso es tal, que hasta los individuos más rezagados de hoy en día están por delante de los más adelantados de hace unos pocos años. Y ese cambio está completamente sincronizado en una especie de "moral colectiva" cuyo avance hay que intentar ocultar por todos los medios porque, evidentemente, no tiene nada que ver con los inmutables dogmas religiosos. De hecho, dicho avance es mucho menor en los países teocráticos y en aquellos de mayor fundamentalismo religioso. Tal avance constituye un serio problema para Mi Iglesia, que ve cómo sus dogmas absolutos cada vez se van quedando desfasados a mayor velocidad, con la consiguiente demanda de la gran masa de creyentes que, aunque no sean capaces de darse cuenta de que el avance de la moralidad es un peligroso indicio de la falsedad de su fe, sí que reconocen tal progreso al reclamar que su Iglesia se adapte a los nuevos tiempos. Pese a que la Iglesia se ha visto obligada muchas veces en la historia a ceder en sus postulados, es necesario que siga mostrándose reticente a aceptar los nuevos valores porque eso siempre es prueba evidente de que es la sociedad y no Yo quien los dicta.
Mientras la población religiosa sufre éstas tensiones, los denostables ateos poseen una moral cuyos principios y avances son comunes a los del resto de la sociedad, pero sin tanto impedimento para adaptarse al progreso de los tiempos. También por éste motivo es necesaria la más absoluta intolerancia contra el ateísmo.
Hay que combatir contra la evidencia de la existencia de una moral innata común al ser humano, que en nada depende de las creencias religiosas. Por suerte, la mayor parte de esa población religiosa sigue teniendo la mente los suficientemente constreñida como para argumentar que a quien carece de creencias religiosas también le faltan los necesarios principios absolutos en los que fundamentar su moral y que sólo pueden provenir de la ley de Dios.

lunes, 20 de abril de 2009

Los testigos de Mi existencia.

Desde que creé éste blog, quedaron despejadas todas las posibles dudas de Mi existencia. Por eso no es raro que en el siguiente vídeo se puedan ver a todas éstas personas reunidas con el único fin de alardear de ser testigos de ella.



Es maravilloso ver a toda éstos queridos borregos viviendo la plenitud de su fe después de haber podido comprobar Mi existencia gracias a éste blog, mientras proclaman la libertad religiosa a la vez que cargan contra el laicismo. Ésto puede que algo resulte incongruente para el lector poco avezado en el funcionamiento de la fe. La explicación es sencilla, su mente está provista de las más magníficas barreras mentales, que no son otras que las que origina el necesario constreñimiento mental religioso. Eso hace que al referirse a Dios solamente sean capaces de contemplar la existencia de un dios que soy Yo, el católico. Solamente así puede explicarse que tales individuos contrapongan libertad religiosa a laicismo. La libertad religiosa sólo puede ser aplicable a la religión cuyos privilegios han sido consolidados por medio de siglos de ejercicio de implacable poder en un estado como España. El laicismo amenaza con acabar con sus últimas manifestaciones, concediendo a la Santa Iglesia Católica el mismo papel que el del resto de religiones existentes. Por eso es necesario luchar por mantener los últimos restos del nacional-catolicismo. Todo debe valar en el loable fin de la propagación de la fe y de la conservación de la situación de privilegio de la religión católica en España, con el legítimo derecho de su Iglesia a la injerencia en asuntos de estado.
Es alentador ver a éstos queridos feligreses del vídeo manifestando su fe por medio de las nuevas tecnologías. El hecho de que algunos resulten auténticos pijos es debido simplemente a que se encuentran entre Mis elegidos. Eso les garantiza el más ejemplar disfrute de la vida, que es el que disfrutan aquellos que viven bajo Mis arbitrarios dictados. Pero tengo que recordarles que la alegría que inunda sus corazones después de haber hallado en éste blog la única prueba de Mi existencia, no debe hacerles olvidar sus obligaciones para con la fe y la satisfacción de los preceptos de su Dios, que en su infinita arrogancia necesita ser constantemente alabado. Por ello les recuerdo las nuevas fórmulas de Cibereligiosidad puestas en marcha por Mí.

lunes, 6 de abril de 2009

El necesario gusto por la ostentación.

El ser humano posee un gusto innato por la ostentación ante sus semejantes. Aunque dicha tendencia podría parecer reprobable a la luz del mensaje de Mi Iglesia, que predica la humildad y la pobreza, lo cierto es que si se analiza resulta muy efectiva para el sostenimiento y propagación de Mi fe, la única verdadera.
Para aquellos que carecen de la fe incondicional que surge de la desesperación y la miseria, el gusto por el lucimiento en los tradicionales actos sociales en que se han convertido muchos de los ritos y ceremonias católicos, es un poderoso factor que evita en muchos casos que la gente abandonando completamente su religiosidad. Dichos actos, necesariamente cutres, sirven así para que Mis devotos feligreses vistan sus mejores galas con el fin último de exhibirse ante sus semejantes. Es el caso de mucha de la gente que acude regularmente a la Eucaristía, pero también y, sobre todo, del aún mayor número de personas que sólo participan de la vida religiosa en ceremonias tales como bodas, bautizos y comuniones. En dichos actos la familia del o los implicados, lleva la ostentación a las más altas cotas de toda su vida.
Lo mismo podría decirse de muchas procesiones dedicadas bien a pseudodivinidades de ámbito local, bien a festejos tales como la Semana Santa. En éstas últimas, además, es muy ilustrativo ver cómo, en algunas regiones, los miembros de las diferentes cofradías buscan el alarde compitiendo entre sí por medio de la más recargada decoración de sus imágenes. En esa búsqueda de la máxima ostentación posible emplean todo el año y buena parte de sus recursos económicos. Todo ésto acostumbra a combinarse con el enorme fervor religoso que surge de la más ancestral idolatría mal camuflada.
Podría parecer que de ésta manera sólo se reduce la fe a una mera excusa pero lo importante es que por lo menos sirve para que no desaparezca y se evita la pérdida de cabezas del rebaño. Además, si la ostentación fuese inmoral, no sería tan empleada por los miembros de la jerarquía de Mi Santa Iglesia, a los que tanto gusta hacer alarde de su inmenso poder y riqueza, rodeándose de todo tipo de lujos dignos de la más rancia y opulenta aristocracia. Eso no quita para que la ostentación resulte inconveniente para el clero de a pie, que se ve obligado a tratar con la plebe intentando dar ejemplo de austeridad. También hay que reconocer el manifiesto contraste que se produce cuando el Santo Pontífice visita, con todo el lujo que le acompaña, zonas tan pobres como el continente africano, pero es que al pueblo llano también le gusta ver la prosperidad de aquellos que lideran la encomiable labor de difusión de Mi mensaje de amor, igualdad y esperanza, que tanto reconforta sus corazones.

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